04 mayo, 2010

¿POR QUÉ A MÍ? (SEGUIR IMPOSIBLE RENDIRSE)










______________________________ ¿POR QUÉ A MÍ?




¿Cómo podría yo olvidar esa frase leída en tu última carta, amor mío? ¿Cómo podría mi mente y mi alma arrancar de raíz todo lo vivido junto a ti? Eran sólo tres palabras pero resumían la hermética idea de tu desesperación:



SEGUIR IMPOSIBLE RENDIRSE



A esto me pedías que yo le agregase una coma, un símbolo de pausa que me invitase al embelesador estado de la entrega, a la epifanía de la felicidad anhelada, de la tranquilidad que toda mujer añora desde pequeña, desde que empieza a sonreír al ver a un niño del sexo opuesto que le presta atención con unos ojos siempre más grandes y más brillosos. Esos ojos, precioso mío, eran los tuyos.


Te amé desde el primer instante en que te vi y con tus primeras palabras confirmé que eras tú aquella figura que se bosquejaba entre mis sueños como dibujo en la arena de la playa, a fuerza de las olas. Las olas eran tus palabras, precioso… ¡Las olas eran tus palabras!… pero ya no me puedes escuchar y estas lágrimas son unas que no podrás secar con tus manos de ángel.


El dolor es un cruel maestro que en estos días me tiene condenada a la esquina permanente de la soledad, toda compañía es aceptar que soy débil y esto no lo comprenden ni comprenderán los que gozan de alguien a su costado. ¡No adivinan que el dolor, cuando hay amor, es una flecha hacia el pecho que se debe recibir no sólo de Cupido sino también viniendo desde el mismísimo averno! Y yo, mujer, soy un manantial de esperanza, como tú solías decir obnubilado.


¿Por qué me decías así, cariño mío? ¿Por qué me llamabas “Manantial de Esperanza”? ¿Por qué motivo encontrabas en mis ojos la marca evidente de la fuerza y la persistencia? ¿Por qué a mí? ¿Por qué me llamabas “valiente” cuando rompía yo a llorar debido a que una película o noticia vencía mi dureza? Mi sensibilidad se hacía un manantial, pero de lágrimas. Y ahora aquí, castigada con tu ausencia permanente, no puedo hacer otra cosa más que pensar en tu carta y en esa laberíntica frase.


¿Eres tú el que me acaricia ahora? ¿Eres tú el que me quita el frío, mi ángel? Y en estos precisos instantes en que pareces demandar una respuesta, que coloque mi coma en tu frase, mi corazón de enamorada ya tiene su respuesta; pero otra parte de mí, esa que no se parece a ti, esa que nos vuelve complemento mutuo del otro; esa parte, vida mía, esa parte coloca la coma a la derecha de “SEGUIR” y no de “IMPOSIBLE”.


¡Amor mío, amor! Ahora lo comprendo, ésa fue siempre la única diferencia entre los dos. Por ello me llamabas “valiente”. Sé que debiera seguirte pero permaneceré aquí, seré manantial para los demás y mis manos repartirán tus caricias. Te dejo partir pero te llevaré conmigo a todas partes…



SEGUIR, IMPOSIBLE RENDIRSE.



Te amo.












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